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¿Qué Dios? Roland le deja claro a su madre cuál es la meta a la que debe dirigirse: Dios. Pero ¿qué Dios? Esta no es una pregunta baladí. Si miramos a nuestro alrededor, encontramos al menos dos imágenes de Dios a cual más rechazable: uno, un Dios trabucaire que algunos tratan de impone a base de «trabuco»; otro, un Dios tan rodeado de «símbolos» que necesitamos a un escriturista para «entender» la curación del ciego de nacimiento u otro milagro de Jesús. 

Para llegar al Dios al que se refiere Roland, hay que derrotar lo humano que hay en nosotros, hay que «envolverse en pasividad, escapar, flotar, elevarse», pues la tempestad sólo es peligrosa para los obstáculos que encuentra. Y si Dios hace maravillas, como ocurre en la relación de Roland con su madre, no hay que tratar de demostrar la autenticidad de sus comunicaciones. El que está preparado y quiere creer, creerá. Al que no está preparado o no quiere creer, de nada le sirven todos los discursos. Lo único que se puede hacer es rezar, tejiendo con la oración la escala nos lleve hasta ellos.

¡Buen día!

SEPTIEMBRE 1947París, sábado 27 de septiembre de 1947.

— Hijo mío, ¿cómo quieres que me porte?

— No tienes que dudar, tienes que ir derecha a la meta.

— ¿Cuál es esa meta?

— Dios.

— Háblame de mi conducta terrestre.

— Envuélvete en pasividad, escapa, flota, y para derrotar lo humano que hay en ti, elévate; la tempestad sólo es peligrosa para los obstáculos que encuentra; si te elevas, soplará debajo de ti.

Pero basta de hablar de lo que es el hombre. Reza, teje con tu oración la escala que te traerá hasta aquí.

Noche del 27 de septiembre de 1947.

Noche del domingo: un sueño horrible, una pesadilla. Roland era perseguido por un gato que, a pesar de mis esfuerzos, lo arañaba, ¿era un presagio?

Lunes, sufro cruelmente por una conversación llena de escepticismo a propósito de las comunicaciones de Roland.

Mamá, ya estás otra vez desconcertada por unos golpes de araña.

El misterio de las cosas celestes sólo raramente debe ser un tema de conversación. No hables de mí nunca, sino en las moradas de paz. ¡Es necesaria tanta delicadeza para acercarnos!

No vuelvas a hacerlo. No tienes que tratar de demostrar la autenticidad de nuestras comunicaciones. Habla sólo a los que viven en el calor celeste. No deben cebarse ni sobre ti, ni sobre mí; sólo debes esforzarte para prestar oídos a los ecos del cielo. Lee el resto de esta entrada »

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