Finalizamos ya la lectura del libro de Jean Prieur “El País de después”.
Ha sido un recorrido plagado de interrogantes, que estoy seguro de que muchos de nosotros nos hemos planteado alguna vez, interrogantes aclarados por las precisas respuestas de Jean Prieur, que no rechaza ninguna dificultad que se le plantea.
El aire fresco de las palabras de Jean Prieur, en muchos casos perfumadas con algo de buen humor, como ocurre en este capítulo, nos han llegado para liberar la inquietud, para aliviar, en muchos casos, la angustia existente, tal y como ocurre con los remitentes de las cartas del libro, que no dudaban en ventilar en ellas su drama personal.
¿Qué decirle a un judío sobre el Más allá? ¿Y a un musulmán piadoso que aspira a la unión con Dios? Y lo mismo para un ateo. ¿Vale lo expuesto en este libro para todo ser humano o también tiene que haber aquí elegidos, como ocurre en toda organización humana que conocemos sobre la Tierra? Las palabras de Prieur son universales y todos pueden valerse de ellas en su necesidad. Así debe de ser y así es.
En las cartas se suele incorporar un “post scriptum” cuando una vez escrito el texto es preciso añadir algo más. Este libro de cartas no estaría completo si no lo tuviera, ¡y lo tiene! Y su frase final bien merece que se haya escrito, cuando hablando de los que se fueron, pues a ellos se dedicó el libro, dice: “Resplandecerán como el sol en el reino de su Padre”.
Gracias a todos por la lectura.
¡Buen día!
CAPÍTULO XVII – HACIA LA VIDA ETERNA
Si la supervivencia es inmediata y general, no ocurre igual con la vida eterna, cosa bien distinta, puesto que es la misma vida de Dios. El lugar-estado de la supervivencia, el mundo intermedio entre la Tierra y el Cielo, ese inmenso abismo donde toda la humanidad se descarga, no es el Cielo, que está infinitamente lejos. Su existencia fue presentida por las grandes religiones, es el Amenti de los egipcios, el Seol de los hebreos, el Hades del Nuevo Testamento y de los filósofos griegos, el Purgatorio de la Iglesia católica, el Mundo de los Espíritus de Swedenborg y de Allan Kardec, El Astral de los ocultistas.
Conviene llamar resurrección inmediata no a la reanimación de un cadáver, sino al tránsito al Mundo intermedio del cuerpo sutil (psique – ánima) vivificado por el espíritu (pneuma – animus). Estando destruido el ser exterior y físico, permanece el ser interior y espiritual, presto a reunirse en la esfera purgatorial o celeste que le corresponde y a la que ya estaba unido mentalmente en el momento de su estancia terrestre.
Tal es la resurrección de los muertos, fenómeno universal, tan natural como el nacimiento, y que atañe a todos los humanos, lo mismo para los que no lo creen o que nunca oyeron hablar de ello. El mundo de los Espíritus es un lugar de sorpresas.
Pero la resurrección de los muertos, resurrección inmediata que es inducida por el morir, no es más que una primera etapa; existe una segunda: la resurrección de entre los muertos que es inducida por el juicio particular, una especie de clasificación que orientará el alma hacia las numerosas moradas de la Casa del Padre.
Se hace alusión a estos dos tipos de resurrección en Juan V, 29[1]: la una es llamada por Cristo: «resurrección de juicio» para los que hicieron el mal. Algunos traducen por «condenación», y otros por «condenación eterna», como hace el reciente catecismo de la Iglesia Católica, que olvida que ciertos juicios acaban en una absolución. La segunda es llamada «resurrección de Vida» para los que hicieron el bien. Sin embargo la palabra griega empleada designa sin equívoco la vida eterna.
XVII.1 Stanislava: «Leí en un libro suyo: “La creencia en Dios y la creencia en la inmortalidad están absolutamente vinculadas, como el Sol y sus rayos” ¿Eso quiere decir que sin la creencia en Dios, no se puede creer en la supervivencia? Yo conozco personas que no creen en Dios pero piensan que existe una vida después de la vida. ¿Qué pasa para los que no creen en nada?» Lee el resto de esta entrada »
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