Cuando comencé a traducir ««Conversaciones con el Amigo»», le pregunté a François Brune si conocía algún dato sobre este libro, sobre su autora, sobre Friederic, sobre el propio Verro. Ayer me envió un correo y me cuenta que se encontró con Anna Scharina y su marido, ya muy mayores: «Creo que ahora -dice- los dos estarán ya en el Más allá.» Dice también que los dos eran judíos, que le pidieron una Introducción para el libro, pero que desistieron de su petición cuando vieron que discrepaba en la forma de interpretar la reencarnación.

De todo esto, me parecen no obstante destacables dos cosas: una, que, aunque judíos, admiten plenamente las comunicaciones del Guía Verro y sus elogios de la persona de Jesús. Basta leer, por ejemplo, lo que éste dice en su comunicación del 4 de abril de 1955, comenzando con esta frase: «Yo soy la Resurrección y la Vida»; dos, que hay una sorprendente coincidencia entre lo que aquí dice el Guía Verro y lo mejor de nuestros místicos; ¡si la unión de los creyentes se plantease con la profundidad con que aquí lo hace Verro, no habría ningún problema para la unión de todos!

Es, sobre todo, lo que dice de que cada hombre tiene dentro de sí un Instructor, un Amigo invisible que no conoce. Las manifestaciones de hoy nos dan la posibilidad de entrar en contacto con este Amigo que vive en el fondo de nosotros.

¡Buen día!

29 de marzo de 1955

En el ser humano, hay dos naturalezas: la primera, de carne y de sangre, temerosa y mortal, en la que el hombre es sólo un títere desarticulado que toma en serio sus muecas y, detrás del tumulto artificial y ruidoso que el hombre crea en torno a sí para olvidar su inanidad, detrás de ese decorado sin orden, detrás de esa pantalla de sombra y de miseria, la segunda [naturaleza], el esplendor de su verdadero ser.

Dichoso el que sabe distinguir su naturaleza real y reconocer al rey detrás de los oropeles. Dichoso el que no se identifica con su cuerpo de carne, miserable y frágil vehículo que, como un meteoro, atraviesa el espacio, atraviesa el tiempo durante algunas decenas de años y vuelve a mezclarse con la Naturaleza.

¿Es en ese polvo, hombre, donde tú vas a buscarte? ¿Vas a buscar tu reflejo en ese mezcla informe? ¿Crees realmente que esta desintegración constituye tu fin último?

Vamos, abre los ojos, no los ojos de carne que, desde hace tiempo, sólo miran lo superficial, sino los «ojos del espíritu» que saben ver lo real, que saben discernir la Luz de la sombra y abrirse a las verdades eternas.

Detrás de tu despojo miserable y marchito que, en su última hora, volverá a la Tierra, está tu Cuerpo glorioso, tu cuerpo de Luz que recuerda el esplendor del Cielo.

Ese Cuerpo glorioso es tu verdadero patrimonio y es en él sobre todo en el que debes soñar. Es a él al que debes adornar con un vestido de Luz, y es sin en él embargo en el que menos piensas.

En lugar de pasar tu vida pensando sólo en tu cuerpo terrestre, en alimentarlo, en adornarlo, en mimarlo de mil maneras, piensa más bien en embellecer ese Cuerpo celeste, y téjele desde hoy un vestido de Luz y de oro. ¿Cómo has de tejer esa tela suntuosa? Sembrándola de piedras y diamantes, pero estas piedras y diamantes no se compran con el oro y con la plata. Esos diamantes se tallan con todas las buenas acciones, con todos los impulsos de amor, con todo lo que agrada a Dios. Cada una de estas piedras te hace elevarte más arriba.

Y cuando el vestido de tu cuerpo celeste esté totalmente cubierto con estas piedras y cuando su brillo deslumbre a todo el que se acerque, entonces el alma a la que él cubre no necesitará ya su vestido de carne y podrá, a partir de ese momento, permanecer en un lugar de delicias donde ya no tendrá que vestirse de materia.

¡Ojalá brille pronto para vosotros esa hora tan hermosa, en la que vuestros ojos de carne, por fin separados de los párpados, puedan contemplar vuestra alma, y pasar vuestros días preparando un vestido digno de ella!

Verro

30 de marzo de 1955

Los mensajes diarios del Guía me dan confianza.

Rezo con fervor; me gustaría ya realizar en mí ese maravilloso reino de que Él habla. Algo se agita en mí, un impulso me eleva. No estoy curado, pero la esperanza es grade. Me gustaría izarme fuera de mí, romper la materia y elevarme hacia el Espíritu.

En la vida interior, en la que se compromete el hombre que ha pensado seriamente en el sentido de la vida, hay varios escollos con los que corre el riesgo de estrellarse la llama de su entusiasmo.

Esos escollos, tan funestos para los que comienzan a recorrer ese sendero, son la precipitación y el orgullo.

La precipitación es mala, porque el trabajo de apertura debe hacerse lentamente; es lentamente como la abeja forma su miel, como los conocimientos, las intuiciones, las experiencias deben formar un todo homogéneo que constituye el Conocimiento. Es poco a poco, lo mismo que un albañil diligente, como, piedra a piedra, debe construir el hombre su casa interior, y aportarle cada día, con paciencia, el fruto de su trabajo.

No debe dejarse agobiar por ningún desfallecimiento sino, con perseverancia y voluntad, tratar de triunfar de los obstáculos que se presentarán cada vez más en el camino, descartándoles con paciencia y tenacidad, a través del razonamiento, las experiencias y la intuición. Es sobre todo la intuición la que le ayudará a separar la cizaña del buen grano. Es la intuición la que lo guiará en la elección del verdadero camino que responda a su grado de evolución, porque la verdad posee mil facetas, y la vida interior es muy distinta entre los hombres: el uno sacará su felicidad de las fuentes de la Biblia y creerá en ella ciegamente, el otro se lanzará a buscar por caminos no trillados. ¡Qué importa! La piedra de toque de la vida interior se encuentra en el impulso hacia Dios, que puede ser tan intenso en el salvaje como en el santo. Este impulso es el que caracteriza la vida interior y la hace igual, aunque en grados diferentes, en todos los seres; pero este impulso de amor, a menos que sea innato, necesita del soporte de la fe. Y para que una fe sea razonable e intensa, es decir completa, hay que intensificarla día a día y hacer de ella la obra de toda una vida. Sobre todo, no debe nunca decaer cuando se la ha encontrado; hay que continuar enriqueciéndola siempre. Por eso es nociva la precipitación.

Los neófitos, en su nuevo entusiasmo, creen haber encontrado toda la verdad, y muchas veces huye de ellos la Revelación. Permanecen entonces agitados, privados de fe por exceso de celo, y con frecuencia por exceso de orgullo, porque el orgullo es el segundo escollo.

El iniciado, orgulloso de su vida interior y de los conocimientos que le distinguen de los demás humanos, se considera superior a ellos. Los compadece con desdén por llevar una vida vulgar, mientras él planea en las alturas del Espíritu. Este orgullo lo degrada en lugar de elevarlo.

La primera cualidad del hombre de Dios es ser humilde, estar sometido a Su voluntad y convencido de que, sin Dios, no es nada. Si ha encontrado a Dios en su corazón, debe ayudar a los demás a encontrarlo también y, sobre todo, recordar que un día todos sus hermanos apagarán también su sed en la Fuente divina, que él sólo se ha adelantado a ellos. Jamás debe alabarse por lo que tiene, si no se arriesga a que le sea quitado y a que, miserable y ridiculizado, vuelva a caer muy abajo en la escala de la evolución.

Espero, mis queridos amigos, que estos obstáculos no sean los vuestros.

Tratad de no exagerar la desproporción entre la vida espiritual y la vida material. Ésta última debe también causaros alegría. Gracias al reflejo de Dios, todo lo que hagáis debe convertirse en alegría; alegría los trabajos terrestres, alegría la elevación del espíritu; alegría el trabajo cotidiano y las meditaciones de la tarde, alegría en todo y por todo. Éste es el equilibrio, el verdadero y el único. Ver a Dios en cada cosa y a cada cosa en Dios, y el reflejo de lo Divino en la vida de cada día.

Verro

31 de marzo de 1955

Hoy hablaré de los sueños.

¿Qué es el sueño? ¿En que consiste ese fenómeno extraño que presenta un problema que han estudiado muchos sabios desde hace generaciones, sin poder resolverlo?

El sueño es algo misterioso y plantea, para el conjunto de los humanos, el mismo problema que la muerte porque, de hecho, delante del dormir que produce el sueño, ¿no se asiste a una especie de muerte?

El cuerpo está inmóvil, el pulso se ralentiza y, aparte de una ligera respiración, el estado es casi el mismo.

En realidad, para el que duerme, el sueño es una muerte, una muerte breve en la que se insertan los sueños.

¿Qué son por tanto los sueños? ¿En qué se diferencian los unos de los otros?

En efecto, hay varias categorías de sueños.

Primer caso: el alma no se aleja del que duerme y permanece en torno a su cuerpo formando un nimbo claro que un vidente podría distinguir, y, como en un caleidoscopio, se desarrolla, ante los ojos no externos sino internos del que duerme, un desfile deshilvanado de recuerdos, de deseos rechazados, de actos olvidados que surgen en la memoria interna y de los que el ser, en estado de vigilia, ya no se acuerda. Son lecturas que aparecen bajo un aspecto deformado, de los hechos pasados que se transforman en pesadillas. Todos los instintos se dan en él rienda suelta. Y son estos sueños los que estudian los psicoanalistas para tratar de descubrir las inhibiciones.

Segundo caso: el alma deja el cuerpo, se escapa hacia el astral y va a viajar a esa zona de sombra surcada de Luz que rodea la tierra. Allí puede ponerse en contacto con seres desaparecidos que no han podido elevarse a esferas más elevadas. Ve acontecimientos que han ocurrido o que van a ocurrir en breve plazo. Conserva el recuerdo de estas visiones y así es como el que duerme puede recordarlos, en forma de sueños a veces premonitorios.

El astral es la estancia de las almas errantes que aún no han alcanzado su plano definitivo y que, al interesarse por las cosas de la Tierra, están dispuestas a entrar en contacto con las almas de los humanos.

Tercer caso: el alma, alejándose mucho del cuerpo físico al que ya sólo está unida por el cordón magnético que la retiene en la vida terrestre, se aleja, ligera, gozosa y luminosa, hacia las esferas del Espíritu.

Cuando despierta, casi nunca recuerda este tipo de sueño, siente todavía la alegría experimentada en el Más allá, sigue bañándose en la serenidad de las esferas celestes.

En esta clase de sueños es donde surge la respuesta a un tema espiritual, donde se aclara un problema, donde se enseña una cosa sin haberla aprendido.

Esta clase de sueños es la más interesante, pero también la más rara. Está reservada a las almas que, por su trabajo y su esfuerzo, merecen ser ayudadas por las fuerzas invisibles.

Vuestro Guía que os ama.

1 de abril de 1955.

Hoy te voy a hablar del Cielo y del Infierno.

¿Qué significan exactamente estas palabras? ¿Qué sentido hay que atribuirlas? ¿Evocan direcciones, lugares precisos o estados? ¿Es realmente el infierno el lugar maldito en el que un diablo, con el pie hundido, amenaza a los desgraciados condenados con un castigo eterno? ¿Es realmente posible que un Dios de amor y de bondad haya inventado este lugar para castigar a los desgraciados que, durante una sola y única vida, han merecido su ira?

Se queda uno estupefacto de que mucha gente, incluidas personas que leen y reflexionan, pueda seguir creyendo en esta fábula. ¡Según esto, Dios sería más injusto y peor que los humanos! Una madre, cuando su hijo le falla, no le guarda rencor largo tiempo por su falta. Le da un medio, o incluso varios, para arrepentirse y le abre los brazos. Y Dios, nuestro Padre-Madre querido, ¿sería más cruel que una madre terrestre?

No, mil veces no, el infierno no existe. Los hombres han hecho un lugar, envuelto en un aparato siniestro, de lo que es sólo un estado: el estado de un alma que, habiendo fallado en la Tierra, se encuentra después de su muerte en las tinieblas, lejos del Hogar divino. Anhelante y aterida, da vueltas en la noche. Por un sentido innato que posee, siente (porque toda alma, aunque equivocada o culpable, tiene en ella el Espíritu), siente que debe alcanzar su Fuente, su hogar de amor y de alegría, y que no puede. Se debate en una atmósfera gris y neutra, y sus gritos permanecen sin respuesta; busca su cuerpo al que estaba habituada y no lo encuentra; llama a los suyos que quedaron en la Tierra y no la oyen; trata de subir a otras esferas y no lo consigue; no comprende su estado; no sabe si está viva o muerta. Esto es el infierno: la incomprensión de su estado y su ruptura con la Fuente. Además, el alma atraviesa un largo túnel en el que todos sus defectos, transformados en furias que le parecen de carne pero que son sólo fantasmas producidos por sus pensamientos, todos sus defectos la asaltan. Está en la noche y la desesperación, y su verdugo es ella misma.

Pero esto sólo dura un tiempo, más o menos largo. Misioneros del Más allá velan sobre esta alma y, pronto, la animan en su lucha. En las tinieblas, le abren un camino que le permite entrever la Luz. Recibe entonces la enseñanza y las lecciones del Más allá. Comprende, finalmente, sus defectos y al rechazarlos, es entonces cuando se reencarna.

Veis por tanto que el infierno eterno no existe y que Dios, en Su justicia, aunque deja sufrir al culpable, ofrece, incluso al peor, un medio de rescate.

El paraíso es el estado de las almas felices llegadas hacia el final de su evolución y vueltas lo más cerca de su Fuente. Es un estado que vosotros, pobres humanos, no podéis imaginar. Es la felicidad en toda su plenitud. Es el sentimiento maravilloso de verse sumergido en el Gran Todo, conservando su propia individualidad. Es el placer constante de beber en esa fuente de vida de la que, en vuestros momentos de éxtasis, sólo percibís un pálido reflejo. Son los poderes sin límites, adoptando formas, distancias y tiempo. Es la maravillosa felicidad de ver realizarse lo que uno desea y de sólo desear la Belleza y el Bien. Es un estado inefable.

¡Oh mis queridos amigos, que lloráis por el camino de la vida, tened como estrella ese momento bendito, ese momento de recompensa en el que vuestra alma, embriagada, ascenderá hasta el Altísimo y se anegará en El!

Vuestro Guía.

2 de abril de 1955


Mis alas se han roto. ¡Creía poder ya alcanzar las cimas y heme aquí de nuevo arrastrándome en las tinieblas!

Me invade la desesperación, después de la alegría de los primeros días. De nuevo me debato entre mis pesadillas y mis miedos. ¿Por qué? ¿Por qué la vida me parece de nuevo una carga demasiado dura de llevar, cuando ayer todavía todo me parecía sencillo y claro, y cuando creía haber triunfado de mis angustias?

¿Por qué vuestras continuas recaídas?

Esta es la pregunta que te has hecho durante toda la jornada y a la que quiero responder un poco más ampliamente.

La naturaleza humana y terrestre está hecha de tal manera que se necesita un trabajo lento de preparación para que salga de ellas una obra perfecta, es decir lo que en arte se llama una obra maestra.

Cuando el pintor se prepara para crear un cuadro, el músico una ópera o el novelista un libro, su obra, a menos que sea directamente inspirada por el Más allá, necesita un lento trabajo de composición durante el cual el artista, lo mismo que una madre con su hijo, deja que germine en él y que madure lentamente el fruto que dejará brotar de su ser.

En la misma Naturaleza, antes de entregarnos sus flores, su verdor, todo su encanto, la primavera se prepara a través de un trabajo de la Tierra cubierta de nieve y azotada por las heladas. Sin dejarse desanimar, en el seno de la madre nutricia, se preparan las cosechas que brotarán en primavera. La Naturaleza realiza su trabajo con serenidad, sin preocuparse de las inclemencias, porque sabe que inevitablemente, a la hora señalada, llegará la recompensa de su largo esfuerzo.

En vosotros ocurre lo mismo. Os habéis lanzado por el camino espiritual sin posibilidad de retorno y, durante toda vuestra vida, se hace un lento trabajo. A pesar de las recaídas completamente normales, estad seguros de que el fruto madura en vosotros, de que saldrá a la luz. ¡Por qué no tenéis la lenta paciencia de la Naturaleza! Vosotros os desanimáis con demasiada rapidez. La conquista de vuestro Yo es la obra maestra de vuestra vida y una obra maestra, ya os lo he dicho, no llega ni se hace inmediatamente.

Como el poeta corrige veinte veces su obra, como el jardinero arranca mil veces las malas hierbas que crecen en su jardín, vosotros con un lento trabajo, tenéis que luchar, día a día, contra las fuerzas contrarias que se oponen a vuestra evolución. Esas fuerzas, muy poderosas, que no proceden de entidades, como podríais pensar (porque habéis superado el estadio en que las almas ruines pueden influiros), esas fuerzas son producidas por los pensamientos que tienen en ellas una energía que vosotros ni siquiera podéis sospechar.

Los pensamientos, los vuestros y los que vosotros asumís, hacen verdaderos estragos en vuestro equilibrio interior y perturban vuestra paz.

Sólo cuando esos pensamientos negativos de miedo, de duda, de temor, no puedan ya alcanzaros —porque los hayáis alcanzado una barrera— lograréis la serenidad interior a la que aspiráis. Esa barrera, no soy yo, vuestro Guía, el que debe procurárosla (aunque siempre estoy a vuestro lado para reducir los daños), sino vosotros mismos, elevando las vibraciones de vuestro corazón, viviendo tan en contacto con las fuerzas positivas, emitiendo tantos pensamientos positivos, que los malos pensamientos serán impotentes para ahogaros y, por un choque de rechazo, volverán con más fuerza a las personas que los provocaron.

No será inmediatamente cuando puedas lograr este resultado. El trabajo es duro, pero será fecundo. Hay que estar continuamente en el que-vive, no para echar los malos pensamientos cuando ya están en tu mental, sino para obligarte a ser tal emisor de amor, de fe y de optimismo, que sólo puedan llegar hasta ti emisiones gozosas.

Y así es como, después de un largo invierno de gestación, brillará el día de la Resurrección.

Esta es la Gracia la que os deseo para pronto, amigos míos.

Vuestro Guía.

— ¿Qué se puede hacer cuando las malas ideas invaden el cerebro?

— Hay que repetir estas palabras: «Proclamo que Dios es Amor y que pronto será para mí esta afirmación una verdad viva» o «Proclamo haber comprendido el sentido de la verdadera vida y poder evadirme, mediante un esfuerzo de voluntad, de lo que parece ser la realidad de las cosas, para distinguir detrás de las apariencias la verdadera meta que persigo.»

Cuando, mientras tú trabajas, te hunda la vida material, debes prestar atención a esto: no te identifiques con tu trabajo.

Este es tu error. Olvidas continuamente el sentido de la vida y empiezas a razonar como un hombre que no conoce el verdadero camino.

Reza también mucho y convéncete, tan íntimamente como puedas, de que Dios es Amor y de que las fuerzas bienhechoras velan por ti.

Si te falta la confianza en medio de tu vida material, piensa en esa parábola de Cristo en la que dijo: «Mi Padre se preocupa de la vida de los pajarillos.» ¿Cómo no va a preocuparse más todavía de vosotros que sois Sus hijos, hechos a Su imagen (es decir que poseéis el Espíritu)?

Si piensas en esto, debes tener confianza.

«Ayúdate, y el Cielo te ayudará» es un proverbio que resume una gran sabiduría.

3 de abril de 1955

Hoy hablaré del despertar de las almas hacia Dios.

Toda alma, en este mundo, guarda en sí la nostalgia de los lugares etéreos, donde ella planeó, ligera, aérea. Cuando toma un cuerpo de carne, se esfuma el recuerdo de su vida celeste y la prisionera divina, que cada uno lleva en sí, pasa su vida tratando de horadar la espesa capa de olvido e inercia que se ha establecido en torno al hombre encerrado en la materia.

El alma, en los momentos que le parezcan más propicios, tratará de atraer su atención, pero, en la mayoría de los casos, el hombre continuará su camino sin oír su llamada.

¡Desgraciado! Tú tienes sin embargo en ti mismo la llave de oro, la llave de esperanza que podría abrirte el acceso a la verdadera vida, y no quieres cogerla. Permaneces sordo y la oportunidad se aleja de ti, la oportunidad de hacer de tu vida algo más que una satisfacción de necesidades vulgares y de alegrías groseras.

El sentido de la verdadera vida que tu alma desearía dictarte, y que podría hacer de tu paso por la Tierra algo hermoso y útil: ¡ah! si pudieras captarlo; si quisieras escuchar la voz de tu intuición, ella te diría: «Toma la llave de oro y camina con valentía hacia el umbral entreabierto.» Y ante tus ojos atónitos, se desarrollaría una perspectiva admirable porque te sería revelado el verdadero sentido de la vida. Comprenderías la llamada que te hace tu alma y, a partir de ahí, verías todas las cosas en su justa medida.

En efecto, para el que ha comprendido el sentido de la verdadera vida, los valores de la vida se invierten por completo. No es ante el dinero y los honores ante los que el iniciado se postra, tampoco va a cortejar a los poderosos del momento, pone por encima de todo la integridad de su conciencia y su homenaje se dirige a los seres que, en el sacrificio y la abnegación, sirven a sus hermanos.

Son esos seres a los que toma como ejemplo, y se marca una triple finalidad:

— descubrir a Dios en su corazón y revelárselo a los otros a través de su ejemplo;

— servir a los hombres, sus hermanos;

— llegar al éxtasis divino en sus momentos de meditación.

El hombre que ha escuchado así la voz de su alma está libre de las contingencias terrestres. Se ha remontado a su Fuente. Ha encontrado el sentido de la vida. Es el Iniciado en toda la acepción de la palabra.

¡Esta iniciación, como veis, no se hace leyendo libros, escuchando conferencias y experimentado todos los pactos de ocultismo! Viene a través del lento esfuerzo del hombre que, poco a poco, deja aflorar a la superficie de su entendimiento mortal las limpias instrucciones divinas del Espíritu y que, una vez comprendidas, las vive.

Vuestro Guía.

4 de abril de 1955

Hoy quiero hablaros de esa frase maravillosa que, en esta semana de Pascua, debe resonar más que nunca en vuestros corazones: «¡Yo soy la Resurrección y la Vida!» Frase maravillosa que, desde hace dos mil años, trata de despertar un eco en las almas de los humanos, frase maravillosa que el Mayor Iniciado de todos los tiempos dejó como mensaje.

«¡Yo soy la Resurrección y la Vida!»

¿Por qué fue pronunciada esta frase? ¿Tiene relación con la persona física y material de Jesús, hijo del hombre? ¿O contiene un sentido más oculto que el hombre, justamente, debe descubrir? ¿Se relaciona únicamente con la resurrección o materialización de Jesús apareciéndose a los Apóstoles, o tiene un sentido más amplio? Esta frase: «Yo soy la Resurrección y la Vida» no se refiere a Jesús, sino al símbolo del que El era la personificación terrestre, es decir la Resurrección y la Vida del alma por la unión con el Padre.

«Cristo» significa unión con Dios, y el Espíritu que estaba en Jesús realizó la unión con el Divino, se unió al Divino y lo manifestó en su vida sobre la Tierra. Es el Espíritu divino es el que descendió a la Tierra, por eso la venida de Jesús tuvo tanta importancia.

A partir de ese día, el Espíritu de Dios nos mostró como convertirnos en Cristo, cómo hacer la unión con el Padre.

Jesús, en Sus palabras, trató de varias formas este tema, pero no podía hablar abiertamente, es decir revelar verdades de una manera demasiado explícita. Pero ahora, los hombres deben comprender, para que el planeta evolucione y para que los humanos cambien.

Cuando los creyentes y fieles de la Iglesia comen el pan y beben el vino que Cristo dijo que era su carne y su sangre, hay que reconocer que no comprenden que se trata de un símbolo. Jesús quiso mostrar, a través de este sacrificio, que inmolando lo material, o más bien espiritualizándolo, se debía lograr la unión con el Divino, es decir convertirse en Cristo. En efecto, mientras el hombre permanezca atado a la materia, no captará lo espiritual y el sentido de la vida se le escapará.

Inmolando sus deseos carnales, ofreciendo como sacrificio al Divino su carne y su sangre, es decir todos sus sentidos terrestres, podrá percibir el esplendor de la vida inmaterial y gloriosa que es su herencia, y eso será para él la Resurrección y la Vida: Resurrección de su ser verdadero que, sepultado en la materia, estaba muerto, y nacimiento a la Vida espiritual que es la verdadera vida.

Que los humanos comprendan cada vez más el sentido de esas Palabras de Cristo y traten de seguirlo en este camino en el que podrán decir como El: «Mi Padre y yo somos uno.»

Jesús vino a la Tierra para mostrar a los hombres el camino de Dios. En cuanto hombre, era un iniciado. Pero cuando hablaba, el Espíritu divino hablaba por él.

Jesús era un ser tan evolucionado que el propio espíritu de Dios podía morar en él, sin que por ello muriera. Otro hombre no habría podido soportar ser habitado por el Verbo, ni siquiera un segundo.

Era la primera vez que el Verbo había podido realizar la unión con un ser encarnado y, a través de esta unión con el Divino realizada en la Tierra, fue ofrecida esta posibilidad a todos los hombres.

Jesús espiritualizó el planeta mucho más de lo que lo habían hecho otros iniciados como Krishna, Moisés y los demás profetas que tuvieron como misión, aunque en diferentes grados, espiritualizar la Tierra.

Desde la venida de Jesús, el Espíritu de Dios está en la Tierra y permite el progreso total por el amor y el sacrificio. Esto es lo que la nueva ley de Jesús vino a revelar y a realizar, y toda la infelicidad del mundo viene de que los hombres se niegan a observar esta ley.

Todos los seres nacidos después del paso de Cristo llevan en su envoltura material más fuertes posibilidades vibratorias. Es por tanto más fácil acceder aquí abajo al Divino.

Por otra parte, la venida de Jesús coincidía con un cambio de signo astrológico, es decir con la instauración de una nueva era: la de Piscis, que durará hasta la era de Acuario en la que tendrá lugar un nuevo descenso del Espíritu para espiritualizar también el planeta.

No sé si esto será por la encarnación temporal en un hombre, o por el Espíritu inspirando sobre el mismo planeta.

A vosotros, hijos de la Luz, el ayudar a preparar este acontecimiento.

Vuestro Guía.